Las consecuencias positivas y negativas que ha traído consigo el Coronavirus a nivel internacional.
Por: Arturo Aguilar Ingeniero en Biotecnología egresado del Tecnológico de Monterrey
Desde finales del 2019, se registró un brote del síndrome respiratorio agudo severo causado por una nueva cepa de coronavirus (SARS CoV-2 por sus siglas en inglés). Esta enfermedad, conocida popularmente como COVID-19, tiene un alto grado de contagio, y se ha esparcido a globalmente. Es por eso que a nivel mundial se han adoptado medidas para evitar la concentración de personas, así mismo se limitaron las actividades del sector industrial, el número de vuelos disminuyó significativamente y el tráfico vehicular se redujo de manera radical. Todo esto, para evitar el contacto entre personas, y así disminuir la rapidez de infección y evitar la saturación de los sistemas de salud.
En diversos países a lo largo del planeta se han tenido consecuencias no esperadas por la pandemia, como la reducción de contaminantes atmosféricos, principalmente de los gases efecto invernadero. Estos contaminantes se componen por: dióxido de azufre (SO2), monóxido de carbono (CO), óxidos de nitrógeno (NOx), ozono troposférico «es decir, que fue generado por las actividades humanas, no el de la capa de ozono» (O3) y partículas suspendidas (PM10, PM2.5).
De acuerdo con el estudio de World Air Quality, 2019, la Ciudad de México ocupa el lugar número 40 dentro del ranking de las capitales del mundo más contaminadas, en donde los países de Asia se posicionan en los primeros puestos. Delhi encabeza este ranking por segundo año consecutivo, lo cual demuestra que a pesar de que existe una disminución de los contaminantes atmosféricos, pero se desconoce si estos efectos serán permanentes.
“Sin embargo, se pronostica que la disminución puede ser temporal y podría revertirse una vez que regresemos a la nueva normalidad”
La suspensión de actividades industriales y de transporte como medidas para frenar el contagio de COVID-19, nos han mostrado el necesario respiro que nuestro planeta necesita. Dominic Moran, profesor de Economía Agrícola y de Recursos en la Universidad de Edimburgo, Escocia, conserva una teoría más positiva en torno a esta situación “Algunos dirán que la demanda acumulada de bienes conducirá a un derroche de rebote después”, le expresó al diario británico The Independent. “Pero el 20% de la economía mundial se está cerrando lentamente, uno de cada cinco vuelos globales está siendo cancelado. Y las cosas ya no van a volver a ser iguales”, resumió.
La clave de que esto se llegue a realizar consistiría en un notorio cambio de comportamiento por parte de los consumidores a nivel mundial, ya sea como resultado del inevitable impacto económico de la crisis, o de un incremento en la toma de conciencia. Es decir que cualquier impacto sostenido en el uso de combustibles fósiles sería resultado de una menor demanda.
Si la demanda de los habitantes disminuye como consecuencia a los despidos o salarios no pagados durante la crisis, la producción industrial y el uso de combustibles fósiles podrían no afectar nuevamente, aunque solo es una probabilidad.
Otro tópico que es importante recalcar es que la crisis también tiene el potencial de hacer cambiar a largo plazo el comportamiento y los hábitos de consumo de la gente. Un claro ejemplo es la nueva forma en que se planificarán los viajes debido a que algunas personas conservarán el temor de poder sufrir algún contagio y terminar nuevamente en cuarentena.
“Más de 30 nuevos patógenos humanos detectados en los últimos 30 años, el 75% se originaron en animales (Jones KE, Patel N, Levy M ‘et al’)”
Otro estudio de la OMS señala que el aumento de muchas enfermedades infecciosas, incluidas algunas de reciente circulación (VIH/SIDA, hantavirus, Hepatitis C, SARS, etc.), son un reflejo de los efectos combinados de los rápidos cambios demográficos, ambientales, sociales, tecnológicos, entre otros, en nuestra vida cotidiana.
En este sentido, es importante notar que entre los cambios demográficos y ambientales destacan los efectos de debilitamiento de protección natural que ejercen los ecosistemas y la biodiversidad. Una naturaleza sana es capaz de frenar, por ejemplo, el polvo del desierto y reducir la contaminación atmosférica, dos vehículos que propagan virus y que acentúan los síntomas respiratorios en los pacientes afectados, en este caso por el COVID-19. Sin embargo, cuando el cambio climático aparece en el panorama, la naturaleza tiene menos probabilidad de disminuir dichos impactos y proteger nuestra salud.
Científicos británicos del University College de Londres dirigidos por el doctor David Redding desarrollaron un modelo para predecir brotes de enfermedades zoonóticas, como el Ébola y el Zika, que se transmiten de animales a humanos. El experimento combina las ubicaciones de 408 brotes conocidos de fiebre de Lassa en África con datos relacionados al cambio climático de origen antropogénico, como cambios en el uso de la tierra, la temperatura, las precipitaciones, la densidad de la población futura y el acceso a los servicios médicos, revelando que se duplicaría el número de personas infectadas debido al cambio climático, con lo cual es válido afirmar que el clima y la salud tienen una relación muy estrecha.
“Es válido afirmar que el clima y la salud tienen una relación muy estrecha”
Cuando se produjo el brote del nuevo coronavirus en Wuhan, China, a fines de diciembre de 2019, poco después surgió la primera teoría conspirativa: El virus se desarrolló en un laboratorio. Los científicos, sin embargo, coinciden en que el virus SARS-CoV-2 es producto de una zoonosis, una enfermedad transmitida de animales a humanos, tomando en cuenta que lo más probable es que un murciélago infectara a otro mamífero, y éste al paciente cero.
Los humanos definitivamente tienen un papel decisivo en esta pandemia. La destrucción de hábitats naturales, la destrucción de la biodiversidad y la alteración de los ecosistemas hacen que los virus se propaguen con facilidad. Así lo confirma un nuevo estudio exhaustivo realizado por científicos de Australia y Estados Unidos. Desde la década de los 80 del siglo XX, los brotes infecciosos se han cuadruplicado. Un tercio procede de animales, como en el caso del Ébola, el VIH, la peste porcina y la gripe aviar.
El SARS-CoV-2, y la enfermedad COVID-19 causada por él, demuestran que, en este mundo tan globalizado, estos brotes se convierten rápidamente en pandemias. Mucha gente ha visto alarmada por cómo se ha propagado la COVID-19 por todo el mundo.
La destrucción de ecosistemas favorece la transmisión de virus de animales a personas, dice Joachim Spangenberg, ecólogo y vicepresidente del centro Sustainable Europe Research Institute: “Nosotros originamos esta situación, no los animales”.
DEFORESTACIÓN Y DESTRUCCIÓN DE LOS HÁBITATS
Con el aumento de la densidad poblacional humana y el impacto cada vez mayor de los hábitats naturales, no solo por los seres humanos sino también por nuestros animales de granja, aumentamos el riesgo de infección”, dice David Hayman, de la Universidad de Massey en Nueva Zelanda, quien investiga sobre las enfermedades infecciosas y sus vías de contagio. La destrucción del ecosistema no solo incrementa la probabilidad de transmisión, sino también afecta la cantidad y el comportamiento del virus que hay en la naturaleza.
En el siglo pasado, se destruyó aproximadamente la mitad de las selvas tropicales, en las que viven alrededor de dos tercios de todos los seres vivos del mundo. Esta grave pérdida de hábitat afecta a todo el ecosistema, incluyendo a las “infecciones”, afirma Hayman.
Los científicos han observado que cuando los animales desaparecen en la parte superior de la cadena alimentaria, los que se encuentran en la parte inferior con más patógenos en su cuerpo, como las ratas y los ratones, tienden a ocupar ese espacio vacío. Cada especie juega un papel diferente en un ecosistema y, a veces, el simple hecho de reemplazar una por otra puede tener un gran impacto en el riesgo de que brote una enfermedad, hecho que la mayoría de las veces no podemos predecir.
Estas alteraciones en su hábitat tienen como consecuencia que los animales y sus patógenos se dirijan a zonas donde viven los seres humanos, como sucedió en Malasia a finales de la década de los 90. Una especie de murciélagos, conocida como zorros voladores, tuvo que emigrar debido a la tala de árboles, contagiando primero a los cerdos y posteriormente a los campesinos con el virus Nipah.
Los expertos advierten de la importancia del concepto “One Health”: todo está relacionado entre sí, la salud de la fauna, el ecosistema y el ser humano. Si se ocasiona un desequilibrio en alguno de estos tres componentes, el resto de igual forma se verá afectado.
AGUAS MENOS TURBIAS Y CONTAMINADAS
Por otra parte la pandemia también mostró una cara positiva en algunas playas, ríos y canales del mundo los cuales se aprecian más transparentes y claros. Basta observar las fotografías actuales de los turísticos canales de Venecia en Italia, los cuales se tornaron cristalinos debido a la reducción del excedente flujo de visitantes y cruceros, otro dato a resaltar es que inclusive se llegaron a ver delfines.
Así mismo, muchas playas se ven totalmente despejadas y libres de residuos, basura y desperdicios propios de la multitud que las visitaba. De hecho, en lugares como Cartagena de indias, en Colombia, varias especies marinas se han paseado muy cerca de las orillas, alentadas por la tranquilidad que se ha experimentado durante la cuarentena.
EL ABANDONO DE GUANTES Y MASCARILLAS AMENAZA AÚN MÁS A LOS OCÉANOS
Sin lugar a dudas, no todo son buenas noticias debido a que la contaminación por plástico se estaba convirtiendo en uno de los mayores desafíos para la humanidad. Y sigue siéndolo, pero con un fenómeno añadido que no va a hacer sino empeorarlo. Más del 80% de los residuos plásticos presentes en los océanos provienen de fuentes terrestres.
“Más del 80% de los residuos plásticos presentes en los océanos provienen de fuentes terrestres”
Por eso las playas están empezando a verse invadidas por uno de los residuos que, desde hace apenas unos meses, están siendo abandonados de forma masiva en todo el mundo. Nos referimos a los dos materiales que forman el equipo de protección personal frente al COVID-19: las mascarillas y los guantes.
Gary Stokes, famoso activista del grupo ecologista Sea Shepherd, y fundador de la organización Oceans Asia para la defensa de los mares, mostrando una fila de cubrebocas recogidas en una playa de las islas Soko en Hong Kong. (Foto de Gary Stokes en el mar lleno de cubrebocas)
Resolver este grave problema medioambiental no es tarea fácil, debido a que el uso de cubrebocas, mascarillas y guantes es imprescindible por cuestiones de salud pública y de seguridad personal. Como consumidores y usuarios la mejor alternativa es alargar su vida en la medida que sea posible y de la forma que recomiendan las autoridades sanitarias.
Además de ser un problema medioambiental difícil de evaluar dada su elevada magnitud, y de contribuir de considerablemente a agravar el serio problema del plástico en los océanos, el abandono de guantes y mascarillas puede convertirse en un foco de contagio para las personas y para los ecosistemas terrestres y marinos. Evitémoslo con su gestión responsable como residuo en el contenedor de basura.
Es importante tener un panorama amplio dentro de esta situación que ha acontecido en los últimos meses a nivel internacional, y así buscar la forma de aprender de esta experiencia para ubicar de una vez por todas al medio ambiente y su protección como una prioridad en nuestra vida cotidiana y no solo en medio de la crisis actual. A pesar de que veamos un efecto mediambiental positivo por la crisis del COVID-19, no significa que sus efectos sean permanentes, ni que debamos asumir que el severo problema ambiental que vivimos ha sido resuelto con unos cuantos días de movilidad limitada.